EL PUEBLO ESPERABA UN MESIAS
El
pueblo de Israel había vivido una historia llena de opresiones y esclavitudes:
primero, en Egipto; después, en Nínive y Babilonia. Después de haberse
establecido en su tierra, sufrieron la invasión de los imperios más fuertes del
momento: el persa, el griego y el romano. En esta situación de dominio
extranjero y de injusticia social, el pueblo esperaba la llegada de un
personaje que lo liberara de la esclavitud y le trajera la salvación. A este
personaje lo llamaban Mesías.
La
palabra mesías (en griego christós)
es hebrea y significa ungido, es decir, aquel sobre el cual se hace alguna
señal con aceite para indicar el carácter de su dignidad. Según la Biblia, Dios
elige a ciertas personas para realizar una misión especial. A ellas, a veces,
se les unge la cabeza con aceite, como signo de elección divina.
UN HOMBRE LLAMADO JESÚS
Cuanta
la Biblia que al llegar la plenitud de los tiempos, en Belén, la ciudad de
David, nació Jesús. Su infancia y juventud pasaron inadvertidas para sus
contemporáneos. Cuando detuvieron a Juan el Bautista, Jesús comenzó a proclamar
la buena noticia del reino de Dios. Decía: “El plazo se ha cumplido. El Reino
de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el evangelio”. Fue entonces
cuando sus contemporáneos comenzaron a conocer a Jesús. Peregrinó por tierras
de Galilea, Samaría y Judea. En Jerusalén fue apresado y ejecutado en una cruz.
JESÚS, UN MESÍAS DISTINTO AL ESPERADO
Jesús no
se presentó como un Mesías triunfante ni como un caudillo militar. No hizo uso
de la fuerza ni utilizó su poder para convencer a los demás de que creyeran en
Él. Jesús no promovió una rebelión contra los romanos ni pretendió restaurar la
monarquía del rey David.
Nadie
esperaba un mesías pobre y humilde, ni mucho menos, que el mismo Dios se
hiciera presente en la historia de los seres humanos. Y, sin embargo, todo el
proceso de revelación de Dios que está plasmado en la Biblia llega a su cima
con Jesús, que nos muestra definitivamente a Dios.
Y LES DIJO EN PARÁBOLAS MUCHAS COSAS
Jesús
fue dando a entender lo que era el Reino mediante parábolas. Las parábolas son
un género literario compuesto de relatos, historias cortas, claras, sencillas,
que usan analogías, personajes y situaciones conocidas para transmitir una enseñanza
religiosa o moral fácil de comprender y de recordar. El vocablo parábola
proviene del griego paraboleu, que
significa “poner cosas a la par”, lo que permite comparar. No son fábulas,
todos los elementos son reales y creíbles, no hay ficción.
Las parábolas
de Jesús se hallan casi exclusivamente en los Evangelios de Mateo, Marcos y
Lucas (Llamados también Sinópticos). Suelen comenzar así: “El Reino de Dios se
parece a…”; sin embargo, a veces no incluyen esa introducción pero de igual
modo hablan del Reino. Al narrar escenas familiares, imágenes de la vida
ordinaria, se logra la atención del público, la cual se incrementa al ir
introduciendo contenidos ricos y amplios; se otorga así, una perspectiva
sorprendente- a veces incluso surrealista- que desconcierta a los oyentes y pone
de manifiesto hasta qué punto el reino de Dios representa una alternativa
radical a las ideas convencionales. El valor de las parábolas es que son la
vida misma hecha pedagogía.
En todas
las parábolas se destaca la pequeñez de los comienzos; y el crecimiento
progresivo del Reino; su fuerza regeneradora para los que corresponden al
llamado que Dios hace a la conversión y a la salvación. Si Jesús es el Mesías,
su Reino es un reino para quienes quieren ser salvados: sus parábolas enseñan
cómo debe actuar una persona para entrar al Reino de Dios y, a la vez, revela
misterios o elementos del Reino.
EL ANUNCIO DEL REINO: LOS MILAGROS
Jesús
realizó numerosos milagros, y así lo reconocieron incluso sus propios enemigos (Mc 3, 22). Conviene precisar que no
debemos imaginarlos necesariamente en el sentido moderno de fenómenos que
contradicen las leyes de la naturaleza, porque los antiguos desconocían la
existencia de tales leyes.
De
hecho, si tradujéramos literalmente el griego del Nuevo Testamento veríamos que
los evangelios en vez de la palabra “milagros” hablan de “pujanza” (dynamis) y de “signos” (semeia); es decir pujanza y signos del
Reino de Dios. Lo muestra muy bien la siguiente escena: Juan Bautista envió
unos discípulos a preguntar a Jesús si era Él quien traía consigo el Reino de
Dios, y Jesús se limitó a contestar: “Cuenten a Juan lo que han visto y oído:
los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan, los pobres son evangelizadores” (Lc 7, 18- 23).
Las
curaciones realizadas por Jesús muestran la pujanza del Reino de Dios, y lo
mismo ocurrió cuando multiplicó los panes para saciar el hambre a la multitud.
El evangelio de Marcos encuadra muy bien dicho acontecimiento, indicando que,
mientras Herodes ofrece un banquete “a sus magnates, a los tribunos y a los
principales de Galilea” (Mc 6, 21),
Jesús, en el desierto, da pan a los pobres (Mc
6, 31-44) porque ellos son los principales destinatarios del Reino de Dios.
“Bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reino de Dios” (Lc 6, 24).
Mencionemos
todavía un último milagro: la conversión del agua en vino ocurrida en Caná (Jn 2, 1- 11). A diferencia del pan, el
vino no es imprescindible para vivir, pero en su justa medida alegra la vida:
“Ofrece licor al desgraciado, vino al que se siente abatido” (Prov 31, 6). Jesús quiso que este fuera
su primer milagro para ofrecer un signo (Jn
1, 11) de la alegría que acompaña la llegada del Reino de Dios.
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