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Este es un espacio exclusivo de temáticas de Educación Religiosa, teniendo en cuenta que se ha tenido que trabajar desde casa en tiempos del coronavirus. El contenido del blog está tomado de la colección Emaús, camino de esperanza, de Educación Relgiosa. La finalidad es facilitar el acceso de los estudiantes a estos conocimientos en estos tiempos cuando la pandemia nos ha tenido confinados.

domingo, 7 de junio de 2020

LA MONARQUÍA: SAÚL, DAVID Y SALOMÓN

Hacia el año 1000 a.C., la Edad de Bronce fue sustituida por la Edad de Hierro. En este periodo las tribus de Judá e Israel se unificaron bajo una organización monárquica. El primer monarca fue Saúl, al que le siguió David; ambos se enfrentaron con los pueblos vecinos, especialmente con los filisteos. Esta lucha se ejemplifica en la Biblia con el episodio entre el joven David y un poderoso guerrero, el gigante Goliat. David conquistó Jerusalén y la convirtió en sede de su monarquía y del Arca de la Alianza.


La monarquía era una de las instituciones más importantes en los pueblos de la Antigüedad. El rey poseía todo el poder, hasta el punto que era considerado un dios, como sucedía en Egipto con los faraones. En Babilonia y Asiria se concedía a los reyes atributos divinos; en Grecia y Roma se divinizaba a los emperadores. Esto no sucedió en Israel: Dios era el único y verdadero rey, el que regía el destino del pueblo.

Al instaurarse la monarquía entre Dios y el pueblo se interpuso la figura del rey y, con él, se formó también de un ejército profesional. El pueblo sentía la tentación de confiar en su rey y en su ejército más que en Dios. Eso fue lo que le sucedió a Saúl. La función de los profetas como Samuel, era alertar al pueblo contra dicha tentación: el rey llegó a esa posición porque Dios lo eligió y su primer deber es ser fiel a la alianza.

Así pues, la Biblia quiere dejar claro que Dios dirige la vida y las instituciones del pueblo, incluida la monarquía. A su vez, la humillación de Saúl sirve de contraste para exaltar la figura de David, el mayor rey de Israel por su importancia política y religiosa.


DAVID Y SALOMÓN

El rey David gobernó permaneciendo fiel a la voluntad de Dios; y Dios por su parte lo acompañó en sus empresas.

Por indicación de Dios, David eligió Jerusalén como capital del reino y la convirtió en ciudad santa al trasladar allí el arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

Salomón su hijo que ha pasado a la historia como modelo de un rey sabio, aprovechó el intenso comerció que había entre Asia y Egipto a través de su reino para enriquecer a Israel y organizó un sistema de recaudación de impuestos eficaz que le permitió hacer grandes obras en su reino. Entre ellas destacó la edificación del templo para el Arca de la Alianza en Jerusalén.


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