Para que las personas puedan alcanzar la felicidad, Dios las crea libres, es decir, les da el uso de la razón y la voluntad. Por ejemplo, Adan y Eva fueron libres de tomar la decisión de comer o no del árbol del bien y del mal. Sin embargo, la libertad no debe ejercerse, simplemente, buscando la convivencia propia, sino que es la capacidad que Dios nos ha dado para que busquemos el bien para todos y actuemos en consecuencia.
Dios propone el camino para alcanzar la felicidad. En lo más profundo del ser humano hay una voz que nos indica el camino para amar y hacer el bien, y para evitar hacer el mal. Esa voz que resuena en el interior es la conciencia. Dios habla por medio de ella, indicando lo que es bueno y justo, y advirtiendo sobre lo que es malo e injusto.
LA LIBERTAD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
De esta libre disposición tiene claridad el pueblo judío. En los textos del Antiguo Testamento, se ve reflejada en toda la historia del pueblo de Israel la concepción de libertad en la relación con Dios. Dios manifiesta su voluntad, revela un camino para llevar a cabo las acciones que permiten una cercanía con Él (indicando el camino hacia el bien) y deja en el ser humano la libertad de tomar el camino que revela.
Ejemplos de ello son Abraham, quien decide libremente abandonar todo para seguir a Dios, después Moisés, quien se ciñe a la voluntad de Dios para liberar a su pueblo, y los profetas, que deciden denunciar las injusticias que se estaban dando desde los tiempos de los reyes hasta el posexilio, entre muchos otros.
Como a los personajes del Antiguo Testamento, esa libertad nos es dada hoy. En ese ejercicio de libertad podemos escoger siempre la vida y el bien o la muerte el mal (Dt 30, 15), pero también se nos advierte de las respectivas consecuencias de nuestra elección. Así pues, de la moral de Israel comprendemos que cada decisión conlleva una consecuencia de la que, queremos o no, en algún momento de la vida debemos ser responsables.
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